Mis primeros recuerdos de baloncesto están en la Escuela del Polideportivo Pisuerga. Con la Espace azul de Juanjo, que me parecía el coche más futurista del mundo. Y la cantidad de veces que repetimos: Boto, uno, dos y arriba. Boto, uno, dos y arriba.
Mezclado con esto, veo a Lalo sonriente, corriendo junto a Sabonis. Vaya diferencia de altura. Mis preferidos nunca han sido los jugadores tipo Oscar Schmidt o Jordan que tiraban todo lo posible por ganar. Siempre he preferido a los jugadores como Magic o Lalo García que hacían todo lo posible para que ganara el equipo.
Lalo no era el jugador más técnico de la cancha, pero tenía algo que le hizo muy especial: luchaba casi por encima de sus posibilidades y cualquier mate suyo hacía levantar de sus asientos a todo el polideportivo Pisuerga. Desde un colegio, llegó a la ACB en el equipo de Valladolid. Eso hizo fomentar la ilusión en muchos niños de nuestra edad. El salto de gigante era posible. Lalo lo hizo. Aunque no demasiados lo han conseguido después.
Pienso que su camiseta está en el cielo de Pisuerga con total merecimiento. Lo dio todo por el equipo. Fue nuestra bandera en los días de la 'torzida' morada, la semifinal de la copa Korac. Un jugador plenamente unido a su ciudad.
Muchos años después, en la liga provincial tuvimos el inmenso placer de enfrentarnos a él y sufrir su dominio del juego y su embergadura. Siempre que hablé con Lalo, me pareció un tipo sensato, noble y educado. Siempre con una sonrisa. Y así recuerdo AL CAPITÁN.
Estoy muy triste porque Lalo se ha ido. Me dan mucha pena: el dolor de esa madre y la ausencia de su papá para esos niños, cuando se den cuenta de que ya no está. La vida no es fácil.
Demasiado regalo encontrar en los profundos destellos de sus ojos, el recuerdo inolvidado de los tuyos.
Demasiado tiempo sin ver luz en el radiante anhelo de los pensamientos.
Sorprendentes paraísos inexistentes creados tras la nocturna duermevela de tu huella.
Reminiscencias presentes de la razón convertidas en argumentos abstractos de la locura, que sustraen la lógica a la ciencia del legado humano, nos devuelven una ilusión de ti.
Sin permiso para enterrar la nostalgia, con el dolor curado por la parafina que se desprende al acabar el día. Y el conocimiento de que los días siempre se convierten en años:
Los años que no consiguieron condenar a nuestra memoria al olvido y nos permiten seguir amando:
La elegancia de tus ojos brillando felizmente en los suyos.
Hace demasiadas semanas
que apagaste mi corazón.
Me diste un fuerte golpe,
me dejaste sin respiración.
Una gran puerta se cierra,
nos tenemos que marchar,
no hay sitio para nosotros,
en el lúgubre rincón de tu oscuridad.
El optimismo muere,
te deja de lado la inspiración.
Ausentes propuestas suicidas
llenan de luz la habitación.
Pero el fulgor del entusiasmo,
se puede volver a generar.
El huérfano sentimiento del naufragio,
pronto se puede arrinconar.
Desvisto con calma mi esperanza,
desenmascaro los fantasmas de la desolación.
Desentierro la entrada al paraíso,
y desnudo mi esencia,
como forma de pedirme perdón.
Es indudable, que he zozobrado,
el miedo me asalta sin razón.
Quiero desprenderme del desaliento
que nubla mi reflexión.
Anhelo volver a calzarme las botas,
para cruzar el río con decisión,
sin sufrir el vértigo que regala la altura,
explotar el equilibrio de mi interior.
Ya nunca estoy seguro de nada,
ni de la cobardía, ni del valor.
Ni de la dulce sensación
de volver a saltar sin red
en este decorado de cierta ficción.
Con la desvergüenza que me aporta el fracaso,
me aventuro a una nueva puesta en marcha,
un resurgir de fuerte acción,
esta noche: primera aproximación.
Tierra Santa - La Cancion Del Pirata. (Poema de José de Espronceda. 1835)
http://www.youtube.com/watch?v=5k-QLyo9Hoc